Desde la milenaria ciudad atlante, donde los hombres se convierten en dioses surge el llamado para el retorno a lo sagrado, el despertar de lo femenino, de la fe y la intuición.
Es tiempo de romper la cárcel de la luna, de liberar a la mujer, del renacer de la madre tierra. La prisión abre su puertas temporalmente, la utopía se extiende por todo el planeta, la esperanza crece.
Sin embargo los señores, los hombres, dueños del poder no pretenden ceder su largamente sostenido reinado sin pelear, recurren a sus proyectiles, mortales falos. Llegan hasta el extremo de amenazarnos con sus enormes falos nucleares, norteamericanos y soviéticos en teatral enfrentamiento. Nos muestran una humanidad al borde de la destrucción, haciéndonos tocar nuestros miedos más profundos. Todo con el propósito de someter la rebelión femenina, implantar el terror y hacernos olvidar los ideales, someternos de manera definitiva, evidenciando su poder, evidenciándonos nuestra fragilidad. Paradójicamente todos esos mortales falos son paridos desde femeninas oquedades: bazukas, cañones de pistolas, rifles, tanques o silos nucleares.
Sabedores de que la humanidad no puede sobrevivir sin esperanza, nos implantan la que conviene a sus intereses. Elevan el falo máximo, y el Apolo XI atrapa al consiente colectivo con la falsa promesa de que el camino al cielo, a lo superior, es por la vía de la razón, de la tecnología, del poder material, de lo masculino. El hombre pone su pie sobre la mujer, pisa la luna, y reafirma su condición de superioridad, de predominio. Olvidando que lo que el hombre hace a la madre tierra y a la luna, madre, se lo hace a si mismo.
Los señores, sabedores también de que no es posible detener el nuevo impulso femenino tratan de capitalizarlo a su favor, se permite a la mujer expresar su nueva fuerza, su vitalidad, su rebeldía pero desde el modelo del poder vigente, siendo competitivas, fuertes, en fin masculinizadas. Son ahora mujeres-hombre deportistas olímpicas, y después ejecutivas, jefas, y poco a poco cada vez más van abandonando sus hogares, sus familias como lo hacen los hombres. Se duplica el numero de esclavos disponibles para el sistema, se duplica la fuerza laboral, se enfrentan hombres y mujeres, compiten, el abandono femenino deteriora el seno familiar y los valores de las nuevas generaciones se alteran, abonando aun más el terreno para difundir la falsa promesa de un nuevo modelo para alcanzar un bienestar económico, que nunca llega, pues los señores, los dueños del poder se encargan también de duplicar la ambición, multiplicar el consumo inútil y el despilfarro.
Mientras tanto, algunas mujeres, silenciosas, sagradas, recogiendo el llamado, plasman en esta dimensión el arquetipo de lo femenino con símbolos diversos, con flores, con cantos, con oración. Caminando por rutas sagradas, canales sutiles de energía nutridos por el espíritu divino que conectan al inconsciente colectivo de la humanidad con el alma de la tierra.
Ofrendando al cielo portando sus cálices, sus sahumadores, agradeciendo la oportunidad de ser vehículos de la conciencia divina, enviando hacia la tierra desde su feminidad, cáliz también, sutiles vibraciones, que como notas corren por esas rutas sagradas y penetran a través de los sueños a la humanidad toda, formando la melodía que nos invita al despertar.
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